Fragmentos

jueves, 4 de noviembre de 2010

Pandora se quedó manca

Las ventanas palpitaban en lentos latidos mientras las notas se desprendían de las cuerdas, acompañadas del suave rasgueo de su voz. Tras los cristales, la pobre luz de las farolas creaba sombras que se adherían a los muros de ladrillo. El halo anaranjado de la lámpara se filtraba hasta mis pupilas, probablemente dilatadas en aquellos instantes de pasmosa ensoñación.

Los ventanales vivientes respiraban en movimientos sedosos, traspasados por las callejeras y moribundas luces eléctricas, y el eco de ideas empezaba a tejerse y a cobrar forma en algún subterráneo almacén cerebral. Cuando el engendro terminó de constituirse, fue transformado en pregunta. Una pregunta que resonó en todas mis células, y que no desvelaré.

Fue un segundo, un segundo en el que las latientes ventanas se desperezaron bostezando, la luz se difuminó, borrosa, la música arañó algún viejo saco de emociones, y la frase me inundó a todos los niveles.

La respuesta llegó inmediatamente. Brotó de manera lógica de esa aglomeración de sensaciones, transformada directamente en palabra reptante, venenosa, y enroscada.

Como suele ocurrir con ese tipo de revelaciones, un sólo parpadeo bastó para hacer caer la estructura que acababa de construir, dejando tan sólo una esencia mediocre. Un harapo solitario.

Tan sólo espero no ser el único

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