Fragmentos

lunes, 28 de febrero de 2011

De cadenas y bestias

Qué hacer con esta masa de carne y huesos. No dejo de suministrarle sustancias y toda clase de caprichos, a todas horas, todos los días...Y siempre quiere más.

Qué hacer con esta masa de hueso y carne, jinete de pasiones que nunca serán colmadas. A todas horas, todos los días, siempre pide más.

Qué hacer con estos huesos y esta carne, cuyo gruñido salvaje empaña la conciencia y astilla cualquier razonamiento.

Qué hacer con el Ansia. Qué hacer con la Adicción...

Como decía aquel alma en pena:

"Para afrontar lo que somos al final, nos alzamos ante la luz y se nos revela nuestra verdadera naturaleza. La autorevelación, es la aniquilación del propio ser"

jueves, 17 de febrero de 2011

Tus yoes

De "El Lobo Estepario", de Hermann Hesse

"Pero en realidad ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo extremadamente multifacético, un pequeño firmamento, un caos de formas, escalones y situaciones, de herencias y posibilidades. Cada uno intenta considerar este caos como una unidad y habla de su yo como si se tratara de una aparición sencilla, firme y delineada con claridad; este es el engaño común entre todas las personas (incluso entre las más elevadas) y parece ser un requisito, una exigencia de la vida, igual que respirar y alimentarse"

domingo, 13 de febrero de 2011

Siete copas desbordadas

Es en las caminatas solitarias donde mi conciencia se retrae y experimento una suerte de trance. En él, las ideas se desarrollan y se expanden mientras mis pasos me conducen automáticamente al destino elegido.


Anoche ocurrió, que mientras avanzaba por la fría ciudad nocturna, bajo la luz artificial, de vuelta a casa tras algunas cervezas y el deleite de algunos remolinos de marihuana, me conecté de alguna manera al entorno. Y no se trataba de la clásica conexión en la que los estímulos cobran fuerza, sino un vínculo que me unía a todo cuanto me rodeaba, como si mil rayos brotasen de mi cerebro y acariciaran cada pequeña partícula a mi alrededor. Y conforme el suelo se desplazaba bajo mis pasos, me observaba en algún primigenio estado en el que todo cobraba sentido, y la más trivial de las acciones conservaba una relación cósmica con el Todo que se desarrolla lentamente.


En algún momento la conciencia me susurraba que debía volver a donde pertenecía, al seguimiento de mis pasos, a la luz del semáforo, a los pasos que escuchaba. Pero lo cierto es que la rechacé, y de algún modo, mientras mis ojos captaban el asfalto y el murmullo de la noche, una secuencia de ideas, explicadas por un pequeño personaje que recordaba al pájaro loco, tenía lugar en mi mente. Ideas sobre cómo el inconsciente debía mantenerse a raya para que no desbordara la realidad; sobre cómo cada persona posee una especie de esfera de proyección de pensamiento o emociones que interactúa con la de los demás, y de cómo paulatinamente había que ir incorporando esa información al consciente.


En mitad de la nada urbana, agarré mi libreta y escribí, como pude, lo experimentado. Ya plenamente consciente me resultó imposible describir las ideas, descubrí que no había palabras, que las metáforas eran la mejor opción. Y plenamente consciente supe que esos garabatos eran una locura. Y plenamente consciente, me pregunté si esas ideas lunáticas realmente carecían de sentido. Y hasta que no me sumí en el sueño profundo, no dejaron esos diablillos de atacarme con sus tridentes y su parloteo incesante.


¿Qué fue eso? ¿Un mal viaje? Quizá. Lo más probable. Lo lógico. Por supuesto. Qué más decir.