Fragmentos

lunes, 9 de agosto de 2010

Ouverture

Un reloj lejano dio las nueve. Aquel viejo decrépito, encorvado sobre su escritorio, observaba la noche a través de los ventanales de su habitación. Una luz mortecina espantaba las sombras fantasmales y juguetonas de la penumbra, y salvaguardaba la conciencia y serenidad del anciano. Éste mecía la pluma con la que escribía entre sus manos, en un gesto inconsciente que expresaba su estado de meditación. Su mirada clavada en el ventanal desde donde el mundo se reducía a un campo invernal, yermo, donde los árboles se mecían a merced del viento y el ulular de éste blasfemaba en contra de toda vida.

Mientras, las nubes tormentosas se arremolinaban, volteaban y se retorcían, con la única intención de ahogar a la luna llena que luchaba por asomarse al mundo, como una Ofelia que trata desesperadamente de evitar su destino. De esta forma, la oscuridad reinante en la habitación del viejo, danzaba a su alrededor, lanzando formas de brazos de garras abominables y siluetas de pesadillas pasadas, ansiosas de morderlo.

Las profundas depresiones en el rostro del hombre no mostraban cambio alguno ante aquellos caprichos, sus pupilas inmóviles recorrían antiguos senderos de recuerdos turbulentos, esperando encontrar en esas profundidades la aguja y el hilo con el que doblegar su mente harapienta. No obstante, la pluma seguía balanceándose entre sus huesudos y nudosos dedos.

Fue entonces, a la luz de un relámpago perezoso, cuando la musa besó sus mejillas hundidas y secas, y la mirada del anciano flotó sobre el papel aún en blanco. La pluma comenzó a deslizarse sobre aquel, recogiendo las llaves y las puertas acumuladas a lo largo de toda una vida, y tejiendo la memoria de un mundo que sólo el vetusto personaje había conocido.

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