Fragmentos

sábado, 28 de agosto de 2010

El Vigía de las Mareas

Durante evos de paso lento, el Vigía de las Mareas controló secretamente aquellas corrientes cósmicas y turbulentas, que como hambrientas sirenas insistían en emerger y devorarlo todo.



Eficazmente había logrado bloquearlas, incluso, casi anularlas. Pero sus habitantes subyacentes comenzaron a herir las barreras, y sus profundidades se derramaron salvajemente. Terribles y furiosas tormentas sucedieron entonces, agitando el mundo y volteando al Vigía. Y harto de la contienda, se dejó naufragar.



Flotó inmóvil y cadavérico. Fue arrastrado por impestuosos oleajes, danzado por todos ellos. Un acróbata de tendones partidos.



Y en algún momento ocurrió. Su cuerpo sumergido fue recuperado por unas manos extrañas. Sobre la arena de alguna orilla y bajo un cielo púrpura, su mirada se encontró con otra, la cual le ofreció pan y descanso. Aquella mujer de cuerpo esbelto y largo cabello adornado de espigas de trigo, había calmado todas sus tempestades. Sus Mareas apaciguadas los rodeaban ronzándolos tímidamente. Ambos cuerpos entrelazados bajo soles y lunas y estrellas incontables. A un lado los Cielos Acuáticos, y al otro, las Praderas de Meteoros. Hermosas conjunciones, que sin embargo, ocultaban bramantes borrascas.



Y pasó que, con aquellos ciclones, los Cielos fueron quebrados y las Praderas hundidas. El Vigía y la Doncella deshicieron sus nudos, y navegaron en direcciones opuestas.



Las Mareas, ante todo pronóstico, siguieron en calma, gracias a la ayuda de aquella virgen de ojos de miel. Aún así, tras encontrarse con seres monstruosos, eligió alejarse de la superficie. Consiguió bucear y explorar sus profundidades, sus grutas y cavernas más recónditas. Maravillosas. Exhuberantes. Frondosas



Mientras admiraba la abundancia de sus abismos y reencontraba antiguos tesoros, descubrió la compañía de sus preciosos peces, parecidos a lenguas de fuego. Las pieles escamosas resplandecían, y ese fulgor amedentraba la oscuridad de aquellas simas, ofreciéndole calor y tranquilidad.



El Vigía decidió volver a la superficie acompañado por sus amantes peces. Su figura rodeada de pequeñas motas de luz que giraban a su alrededor mientras ascendía. Y una vez que su cuerpo emergente se desesperezó bajo un sol radiante, sus peces de serpentino fuego lo acompañaron aferrándose a su piel. Flotando a través de nubes esponjosas observó sus Mareas serenas, parecía que su obligación como Vigía había terminado. Al tiempo que los destellos lamían sus dunas de piel, pensó que, desde allá abajo, debía parecer una estrella titilante y tímida, pero visible al fin y al cabo aún a la luz del día.

Sonrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario