Tus emociones ejercen una erosión, un desgaste producido desde tierras interiores difuminadas por la neblina. Son tierras de las que emanan vientos helados, afilados como cuchillas, que agrietan, agrietan, agrietan...
Y no son oleajes y tempestades ajenas las que te arañan y desgarran, las que te destripan. No, son tus ojos, tus manos, tus oídos, tus llaves en definitiva, ellas son las que rasgan el estimado Yo e infectan tus fortalezas. Y de esas fisuras nacen los reflejos abominables que te poseen; fetos deformes nacidos entre cúmulos de grasienta materia racional y viscoso tejido palpitante, procedente de tus más bestiales instintos.
Y ellos escarban voraces, se abren paso, cada vez con mayor facilidad.
Porque tus ojos ven a través del tinte de tus credos y pasiones, autoproclámate emperador de tus confines, y prohibe a esas vaginas infectas engendrar nuevos monstruos.
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