Fragmentos

martes, 21 de diciembre de 2010

Malditas Zapatillas Rojas

Mis viejas zapatillas rojas se sucedían en rítmicos golpes sobre la calzada. Las elegí porque son las que menos se deslizan sobre suelo mojado, y en el momento del dilema, preferí conservar mi integridad física ante un posible resbalo, la consecuente caída y el probable atropello por parte de alguno de los abundantes conductores desquiciados que no dejan de multiplicar su número día tras día.

Mi aliento no vacilaba y la marcha se desarrollaba con total normalidad. Me encontraba cómodo, tranquilo y concentrado. Mientras corría, observaba el río que transcurría armónico, el cielo nocturno transformado en masa nubosa, la llovizna que descendía y me lamía las mejillas. Y de repente, el dolor se concentró en la planta de mi pie izquierdo. Me negué a parar la carrera, ya que sabía, por el tipo de sensación, que se trataba de una ampolla.

Malditas zapatillas...ahora recuerdo por qué no las he usado en todo este tiempo.

Me concentré en omitir la laceración que a cada paso aumentaba su presencia. Poco a poco, comencé a sentir la pus que se acumulaba en el interior de la herida, y se deslizaba viscosa cada vez que el pie se posaba.

Me negué rotundamente a que el dolor creciente me dominara, y haciendo acopio de un gran esfuerzo conseguí mantener el ritmo en mi vuelta a casa. Durante el camino, una enorme luna llena dorada asomaba entre los nubarrones, el agua resbalaba sin cesar sobre mi, y un par de ambulancias y su grito desolador pasaron a mi lado.

Malditas zapatillas rojas. 

No quería rendirme, y sin embargo, el dolor se hacía a cada segundo más intenso. Cojeaba ligeramente y mi paso había aminorado. Ya la luna sucumbió al naufragio, quedando únicamente el recuerdo de su fulgor, difuminado y nebuloso.

Y no había estrellas. Ni arriba. Ni abajo. Ni siquiera la más brillante fue capaz de sobrevivir al aguacero.


Malditas zapatillas rojas.

Me sentí solo. Cobré conciencia de que tan sólo quedaba aquel fulgor difuso, no obstante, cálido.

Caminé. Dejé de esforzarme. Renqueé como pude sobre la acera mojada.

Alzando la mirada, quise observar de nuevo si aquella luz realmente había desaparecido. Sólo contemplé un embravecido cielo anubarrado, celoso de sus tesoros.

Malditas zapatillas rojas.

Me pregunto, como siempre, si estas tempestades dejarán que ella brille otra vez.

Malditas zapatillas...y sí, deseo que brille...

4 comentarios:

  1. Pero entonces, te molaba que te doliera, ¿no? po no conocía yo esa faceta tuya, eh!?! jaja ains! Pero por qué te llevas unas Converse para hacer footing, hijo? Ayayay! jejjee

    Saludos!! ;)

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  2. Ea, toda la aureola mística a la puta mierda jejeje

    (y son adidas)

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  3. jaja perdón! Qué impertinente soy!! XD

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