Fragmentos

viernes, 6 de julio de 2012

Crisálida

En la penumbra se adivinaba una estancia amplia, en la que una desgastada alfombra verdemar conducía a los pies de Ella. Y Ella estaba sentada en su viejo trono, envuelta en velos que parecían nacer de la misma alfombra a sus pies. Ella, tan estática e inmovil como un cadáver. Las pesadas cortinas tras el trono filtraban la luz de la luna y amortiguaban el sonido de las olas. El mar, las mareas, se encontraban al otro lado.

Ella, su figura entera, momificada por velos verdemar, se adivinaba desnuda bajo las telas. Su rostro, oculto, pronunció:

Tú. 
Misexohúmedoyacegélidoenlapenumbra. 
Soy la guardiana del velo, la centinela de las profundidades acuosas e inefables que murmuran arremolinadas. La vigilante de los peces ignotos que son capaces de crear su propia luz. 

Silencio. La oscura sala parecía vibrar con el lejano murmullo del océano. La propia alfombra era un arroyo de movimiento sutil, y Ella, una invariable cascada congelada.  

Tú. 
Mi rostro y figura se revelarán tras el tejido de la realidad consensual. Sólo la luz del que ha explorado sus tierras interiores podrá fecundarme. 

La cabeza bajo el velo realizó un movimiento mecánico, rápido y preciso.  Luego volvió a su posición original

Tú. Mi sexo húmedo yace gélido en la penumbra.

Y sólo las olas contestaron.
  

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