Es en las caminatas solitarias donde mi conciencia se retrae y experimento una suerte de trance. En él, las ideas se desarrollan y se expanden mientras mis pasos me conducen automáticamente al destino elegido.
Anoche ocurrió, que mientras avanzaba por la fría ciudad nocturna, bajo la luz artificial, de vuelta a casa tras algunas cervezas y el deleite de algunos remolinos de marihuana, me conecté de alguna manera al entorno. Y no se trataba de la clásica conexión en la que los estímulos cobran fuerza, sino un vínculo que me unía a todo cuanto me rodeaba, como si mil rayos brotasen de mi cerebro y acariciaran cada pequeña partícula a mi alrededor. Y conforme el suelo se desplazaba bajo mis pasos, me observaba en algún primigenio estado en el que todo cobraba sentido, y la más trivial de las acciones conservaba una relación cósmica con el Todo que se desarrolla lentamente.
En algún momento la conciencia me susurraba que debía volver a donde pertenecía, al seguimiento de mis pasos, a la luz del semáforo, a los pasos que escuchaba. Pero lo cierto es que la rechacé, y de algún modo, mientras mis ojos captaban el asfalto y el murmullo de la noche, una secuencia de ideas, explicadas por un pequeño personaje que recordaba al pájaro loco, tenía lugar en mi mente. Ideas sobre cómo el inconsciente debía mantenerse a raya para que no desbordara la realidad; sobre cómo cada persona posee una especie de esfera de proyección de pensamiento o emociones que interactúa con la de los demás, y de cómo paulatinamente había que ir incorporando esa información al consciente.
En mitad de la nada urbana, agarré mi libreta y escribí, como pude, lo experimentado. Ya plenamente consciente me resultó imposible describir las ideas, descubrí que no había palabras, que las metáforas eran la mejor opción. Y plenamente consciente supe que esos garabatos eran una locura. Y plenamente consciente, me pregunté si esas ideas lunáticas realmente carecían de sentido. Y hasta que no me sumí en el sueño profundo, no dejaron esos diablillos de atacarme con sus tridentes y su parloteo incesante.
¿Qué fue eso? ¿Un mal viaje? Quizá. Lo más probable. Lo lógico. Por supuesto. Qué más decir.
¿Y qué no es una locura? Quizá esa sensación pueda contener más realidad que la misma realidad.
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