Fragmentos

domingo, 13 de febrero de 2011

Siete copas desbordadas

Es en las caminatas solitarias donde mi conciencia se retrae y experimento una suerte de trance. En él, las ideas se desarrollan y se expanden mientras mis pasos me conducen automáticamente al destino elegido.


Anoche ocurrió, que mientras avanzaba por la fría ciudad nocturna, bajo la luz artificial, de vuelta a casa tras algunas cervezas y el deleite de algunos remolinos de marihuana, me conecté de alguna manera al entorno. Y no se trataba de la clásica conexión en la que los estímulos cobran fuerza, sino un vínculo que me unía a todo cuanto me rodeaba, como si mil rayos brotasen de mi cerebro y acariciaran cada pequeña partícula a mi alrededor. Y conforme el suelo se desplazaba bajo mis pasos, me observaba en algún primigenio estado en el que todo cobraba sentido, y la más trivial de las acciones conservaba una relación cósmica con el Todo que se desarrolla lentamente.


En algún momento la conciencia me susurraba que debía volver a donde pertenecía, al seguimiento de mis pasos, a la luz del semáforo, a los pasos que escuchaba. Pero lo cierto es que la rechacé, y de algún modo, mientras mis ojos captaban el asfalto y el murmullo de la noche, una secuencia de ideas, explicadas por un pequeño personaje que recordaba al pájaro loco, tenía lugar en mi mente. Ideas sobre cómo el inconsciente debía mantenerse a raya para que no desbordara la realidad; sobre cómo cada persona posee una especie de esfera de proyección de pensamiento o emociones que interactúa con la de los demás, y de cómo paulatinamente había que ir incorporando esa información al consciente.


En mitad de la nada urbana, agarré mi libreta y escribí, como pude, lo experimentado. Ya plenamente consciente me resultó imposible describir las ideas, descubrí que no había palabras, que las metáforas eran la mejor opción. Y plenamente consciente supe que esos garabatos eran una locura. Y plenamente consciente, me pregunté si esas ideas lunáticas realmente carecían de sentido. Y hasta que no me sumí en el sueño profundo, no dejaron esos diablillos de atacarme con sus tridentes y su parloteo incesante.


¿Qué fue eso? ¿Un mal viaje? Quizá. Lo más probable. Lo lógico. Por supuesto. Qué más decir. 

1 comentario:

  1. ¿Y qué no es una locura? Quizá esa sensación pueda contener más realidad que la misma realidad.

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